23 de marzo de 2012

Semana extraterrestre (III): Lo cósmico y lo mediocre

En La guerra de los mundos de  H. G. Wells, uno de los pilares de la ciencia-ficción, el narrador atraviesa toda clase de calamidades para reencontrarse con su mujer: en medio de una invasión extraterrestre su única preocupación es volver a ver a su esposa.

La novela sirve como perfecto ejemplo para ilustrar uno de los principales temas del género: el contraste entre lo macro y lo micro, entre lo cósmico y lo mediocre. Pero no hace falta irse tan lejos, este mismo año el chaval protagonista de Super 8 se mete en la mismísima guarida del monstruo para rescatar a la chica que le gusta mientras la ciudad entera está siendo evacuada y la banda de Attack The Block lucha contra un ejercito de aliens para salvar al barrio mientras el resto del mundo ni se ha percatado. Un poco antes, en la atípica e injustamente desapercibida The Birthday de Eugenio Mirá, el protagonista interpretado por Corey Feldman intenta recuperar a su ex-novia en medio del advenimiento del Armagedón. También encontramos una contraposición similar en la ya mencionada en el anterior post Cloverfield.

Vigalondo, profundo admirador (y conocedor) de las fuentes de la ciencia-ficción ha sabido plasmar esta dicotomía en su obra (a partir de ahora SPOILERS de Los cronocrímenes y Domingo):

En su primer largometraje, el protagonista al que da vida Karra Elejalde descubre una máquina del tiempo al colarse en un centro de investigación científica privado para huir de un psicópata que le ataca. Al viajar al pasado se verá envuelto en nuevos problemas generados por las paradojas temporales y se pasará el resto de la película corriendo en busca de una solución para poder volver al punto de partida. En ningún momento se plantea el origen de la máquina o la radical revolución (cósmica) que supondría tamaño invento: solo quiere volver a casa, con su mujer, a su aburrida (y mediocre) vida. Esta actitud resulta palmaria gracias a los rostros que Karra esboza en su magnífica interpretación. El espectador se puede ver reflejado en él: es esa cara que uno tiene a las 6 de la mañana cuando uno solo tiene ganas de irse a la puta cama tras una noche de farra con toda clase de (indecentes) incidentes. De la misma forma que el fiestero únicamente desea volver al punto de salida (su casa) después de haber ansiado salir de él (en incluso pagado dinero par ello), Karra solo quiere volver a la primera línea cronológica después de ser él mismo quien ha provocado todo el desbarajuste temporal incitado por las pasiones del bajo vientre como se verá con posterioridad. Los cronocrímenes es la historia de una persona que construye su fantasía sexual para escapar a la rutina y la destruye para volver a la normalidad, como ya indicara en su genial crítica Jordi Costa. De ahí que al final de la película el protagonista no quiere dar ninguna explicación a su mujer, simplemente se recuesta en su hamaca y observa con mirada cínica como su otra versión, Héctor 2, se dirige en coche para realizar su mezquino plan que él ya sabe que funcionará. Puede resultar lioso: lo es. Algún día debería ponerme a escribir (y pensar) sobre Los conocrimenes como se merece, pero ahora hay que hablar de otra obra de Vigalondo.


 

En Domingo, corto que, como muchos del autor, bajo su simple apariencia oculta mucho contenido, podemos ver una estúpida discusión de pareja por menudencias comparadas con la aparición del ovni ante los protagonistas. Dicha pelea es la causa de que la cámara deje de enfocar al ufo, al que el hombre estaba grabando, y, por tanto, también la causa de que el espectador solo pueda ver a esta la reacción de los personajes en lugar de la nave alienígena cuando ésta entra en acción. Lo mediocre interfiere en los cósmico y lo eclipsa, de tal forma que el espectador solo lo puede intuir: el foco está en lo micro, en el altercado de la pareja.


De la misma forma, hay un momento similar en el final del teaser de Extraterrestre que es toda una declaración de intenciones. En él, el protagonista, interpretado por Julián Villagrán, redirige el objetivo de su videocámara del ovni que amenaza Madrid a la habitación de Michelle Jenner enfocando a su hermoso rostro: es una película sobre una invasión alienígena, pero el meollo no está ahí, sino en la relación de sus personajes. Es lo que Costa (siempre se vuelve a los mejores) ha denominado como el peculiar empleo de lo fantástico para desvelar lo humano de Bioy Casares.

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