26 de marzo de 2012

Semana extraterrestre (0): Extraterrestre: Encuentros (y desencuentros) en la tercera fase

Antes de nada, un ruego a los lectores: id al cine a ver Extraterrestre. Id con amigos, en pareja, con la familia... id y disfrutad del cine; la película se lo merece. No dejéis que pase desapercibida y tenga que ser rescatada dentro de unos años como la genial película que es. A partir de ahora comienza la crítica llena de SPOILERS de Extraterrestre y Los cronocrímenes:

Hay una  pequeña pista en Extraterrestre que desvela al espectador avispado las raíces de la película: sobre una de las placas con las que Julio construye su "vehículo marciano" se pueden ver grabadas las palabras "Cafetería Domingo" en referencia a su corto Domingo. En él, podemos encontrar el germen del segundo largo de Vigalondo: cómo los más banales problemas personales pueden eclipsar los acontecimientos más extraordinarios.

En Extraterrestre, una invasión del espacio exterior amenaza la Tierra (ovni sobrevolando Madrid incluido), pero los protagonistas actúan como si nada de esto estuviera sucediendo. Los tres personajes masculinos orbitan en torno al personaje interpretado por Michelle Jenner y en ningún momento se plantean salvar el mundo: todos sus actos van dirigidos a guardar las apariencias y mientras intentar conquistar a la chica. Estas actitudes a priori pueden parecer inverosímiles, pero luego uno reflexiona y se identifica con esas personas, con sus absurdas acciones, con esa búsqueda del amor al borde del abismo, porque, no nos engañemos, Extraterrestre es una película descarnadamente romántica.

Es también una gran comedia con ovnis de fondo. Vigalondo llena la trama de momentos absolutamente desternillantes, pero la película entera está atravesada por el espíritu del humor incluso cuando no es intencionado: planos y diálogos revelan una vis cómica insospechada. A ello contribuyen todos los actores de la película, desde el protagonista, Julián Villagrán, hasta el inclasificable Miguel Noguera en un pequeño (gran) papel. No me puedo quedar con ninguno de los cinco, están todos magníficos.

La película transcurre entre auténticas carcajadas hasta el momento en que el protagonista, Julio, descubre a través de una ventana indiscreta (Hitchcock siempre presente) que Michelle sigue enamorada de Raúl Cimas. Será finalmente el personaje interpretado por Areces en su único momento de dignidad quien haga que Julio se de cuenta de que el que sobra ,"el extraterrestre", en ese triángulo amoroso es él. A partir de ese momento, experimenta una redención similar a la de Humphrey Bogart en Casablanca, pero marcada por ese tono tróspido que imprime Vigalondo: ausente el glamour de la película de Curtiz, el protagonista cierra la historia apurando unas birras mientras le cuenta todo lo que ha sucedido a ese patético pero entrañable Miguel Noguera observando ambos ese mcguffin de siete kilómetros de longitud. La imagen es muy similar a la que cierra Los cronocrímenes y descubre el leitmotiv de la obra de Vigalondo: el abandono de los deseos más profundos para poder sobrevivir en este mundo (el mismo, por cierto, que el de la fantástica Drive: no me extraña que Vigalondo la adore).





Bien cierto es que la realidad devora nuestros sueños, pero no estamos desarmados: podemos reírnos de ella a modo de contraataque, y vaya si Extraterrestre lo consigue. Personalmente pasé la película entera entre risas (las mías y las del resto de las sala) pero cuando llega a su fin al ritmo de la desoladora All my little words noté como entre todas esas carcajadas se me encogía el corazón. La canción, al igual que la película, versa sobre un amor apasionado pero imposible y desvela que Vigalondo, por encima de un genial director, es un poeta y, Extraterrestre, una oda a la épica de la renuncia amorosa.

Antes de esa renuncia, eso sí, el protagonista tiene su momento de gloria en forma de declaración: ya sean las palabras del sabedor de su destino Karra Elejalde a Bárbara Goenaga en Los cronocrímenes ("eres preciosa"), la canción del protagonista de 7: 35 de la mañana o el vídeo de Julio en Extraterrestre (también brutal declaración de amor al cine: solo es capaz de expresar sus sentimientos mediante una cámara).

Sería bonito que Julio y Julia acabaran juntos. No, estaría bien, pero como las mejores cosas de la vida, esta canción empieza, y esta canción termina.




P.D: La última frase de la película es "me sale de pena", un guiño que sirve como contrapunto al final de Malditos bastardos, en el que Brad Pitt afirma que esa puede ser su obra maestra. Siento corregirte, Nacho, pero a ti también te ha salido una obra maestra.



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You are a splendid butterfly
It is your wings that make you beautiful
And I could make you fly away
But I could never make you stay
You said you were in love with me
Both of us know that that's impossible
And I could make you rue the day
But I could never make you stay

Not for all the tea in China
Not if I could sing like a bird
Not for all North Carolina
Not for all my little words
Not if I could write for you
The sweetest song you ever heard
It doesn't matter what I'll do
Not for all my little words

Now that you've made me want to die
You tell me that you're unboyfriendable
And I could make you pay and pay
But I could never make you stay

23 de marzo de 2012

Semana extraterrestre (III): Lo cósmico y lo mediocre

En La guerra de los mundos de  H. G. Wells, uno de los pilares de la ciencia-ficción, el narrador atraviesa toda clase de calamidades para reencontrarse con su mujer: en medio de una invasión extraterrestre su única preocupación es volver a ver a su esposa.

La novela sirve como perfecto ejemplo para ilustrar uno de los principales temas del género: el contraste entre lo macro y lo micro, entre lo cósmico y lo mediocre. Pero no hace falta irse tan lejos, este mismo año el chaval protagonista de Super 8 se mete en la mismísima guarida del monstruo para rescatar a la chica que le gusta mientras la ciudad entera está siendo evacuada y la banda de Attack The Block lucha contra un ejercito de aliens para salvar al barrio mientras el resto del mundo ni se ha percatado. Un poco antes, en la atípica e injustamente desapercibida The Birthday de Eugenio Mirá, el protagonista interpretado por Corey Feldman intenta recuperar a su ex-novia en medio del advenimiento del Armagedón. También encontramos una contraposición similar en la ya mencionada en el anterior post Cloverfield.

Vigalondo, profundo admirador (y conocedor) de las fuentes de la ciencia-ficción ha sabido plasmar esta dicotomía en su obra (a partir de ahora SPOILERS de Los cronocrímenes y Domingo):

En su primer largometraje, el protagonista al que da vida Karra Elejalde descubre una máquina del tiempo al colarse en un centro de investigación científica privado para huir de un psicópata que le ataca. Al viajar al pasado se verá envuelto en nuevos problemas generados por las paradojas temporales y se pasará el resto de la película corriendo en busca de una solución para poder volver al punto de partida. En ningún momento se plantea el origen de la máquina o la radical revolución (cósmica) que supondría tamaño invento: solo quiere volver a casa, con su mujer, a su aburrida (y mediocre) vida. Esta actitud resulta palmaria gracias a los rostros que Karra esboza en su magnífica interpretación. El espectador se puede ver reflejado en él: es esa cara que uno tiene a las 6 de la mañana cuando uno solo tiene ganas de irse a la puta cama tras una noche de farra con toda clase de (indecentes) incidentes. De la misma forma que el fiestero únicamente desea volver al punto de salida (su casa) después de haber ansiado salir de él (en incluso pagado dinero par ello), Karra solo quiere volver a la primera línea cronológica después de ser él mismo quien ha provocado todo el desbarajuste temporal incitado por las pasiones del bajo vientre como se verá con posterioridad. Los cronocrímenes es la historia de una persona que construye su fantasía sexual para escapar a la rutina y la destruye para volver a la normalidad, como ya indicara en su genial crítica Jordi Costa. De ahí que al final de la película el protagonista no quiere dar ninguna explicación a su mujer, simplemente se recuesta en su hamaca y observa con mirada cínica como su otra versión, Héctor 2, se dirige en coche para realizar su mezquino plan que él ya sabe que funcionará. Puede resultar lioso: lo es. Algún día debería ponerme a escribir (y pensar) sobre Los conocrimenes como se merece, pero ahora hay que hablar de otra obra de Vigalondo.


 

En Domingo, corto que, como muchos del autor, bajo su simple apariencia oculta mucho contenido, podemos ver una estúpida discusión de pareja por menudencias comparadas con la aparición del ovni ante los protagonistas. Dicha pelea es la causa de que la cámara deje de enfocar al ufo, al que el hombre estaba grabando, y, por tanto, también la causa de que el espectador solo pueda ver a esta la reacción de los personajes en lugar de la nave alienígena cuando ésta entra en acción. Lo mediocre interfiere en los cósmico y lo eclipsa, de tal forma que el espectador solo lo puede intuir: el foco está en lo micro, en el altercado de la pareja.


De la misma forma, hay un momento similar en el final del teaser de Extraterrestre que es toda una declaración de intenciones. En él, el protagonista, interpretado por Julián Villagrán, redirige el objetivo de su videocámara del ovni que amenaza Madrid a la habitación de Michelle Jenner enfocando a su hermoso rostro: es una película sobre una invasión alienígena, pero el meollo no está ahí, sino en la relación de sus personajes. Es lo que Costa (siempre se vuelve a los mejores) ha denominado como el peculiar empleo de lo fantástico para desvelar lo humano de Bioy Casares.

22 de marzo de 2012

Semana extraterrestre (II): Ciencia-ficción low-cost

Afirma Vigalondo que nadie podrá quejarse del escaso presupuesto de Extraterrestre en cuanto a los pobres efectos especiales de la película, pues directamente no los hay. La mejor forma de rodar sin que esta precariedad de medios quede patente es evitar aquellas situaciones en las que precisamente se necesitan estos medios.


A través de una minuciosa planificación del guión se omiten toda clase de escenas que sobrepasen el presupuesto. De esta forma, la película no se resiente ni resulta barata o cutre. Se puede rodar una buena película de ciencia-ficción con un presupuesto mínimo pese a tratarse del género con algunos de los rodajes más costosos de la historia.; lo importante  es tener algo que contar, una buena historia.


Existen numerosas formas de circunvalar aquellas escenas que necesitarían una mayor inversión económica mayor: la elipsis, el fuera de campo... Como dice Vigalondo en Una lección de cine, "en el cine, muchas veces es más importante la expectación que creas entorno al contenido que el contenido en sí". No hacen falta unos portentosos efectos especiales. Por ejemplo, en una película de ovnis, puede resultar más efectivo y sugerente mostrar las caras impactadas de los terrícolas antes que un plano millonario de un ovni.




Shyamalan ya nos enseñó en Señales que unos crujidos en la tarima y una bombilla intermitente pueden perturbar más al espectador que un ejército de marcianos diseñados a la perfección . En un ejemplo más reciente, Abrams solo mostraba a su monstruo hacia el final de Super 8 después de haberlo sugerido en varias escenas, como la magistral secuencia de la gasolinera. En la película se notaba mucho la influencia de Spielberg (más como objeto de admiración que como productor ejecutivo) figura esencial en el cine de aliens. De su versión de La guerra de los mundos bebe mucho extraterrestre: no en su espectacularidad pero sí en su mirada a la modernidad integrada en esta invasión de otro planeta. Pero la película que explotó todas esas posibilidades es Cloverfield (volvemos a Abrams esta vez como productor ejecutivo él) casi un falso documental del apocalipsis rodado por una cámara cuya presunta función era grabar una pedida de mano. Tirando del hilo también podemos reconocer la deuda con la genial REC: no hay más que ver el primer teaser postal de Extraterrestre.


Volviendo al tema principal del post, las películas "low cost", hay que decir que, en ocasiones, la falta de medios agudiza el ingenio y ha contribuido ingentemente al desarrollo del lenguaje cinematográfico. Los ejemplos son infinitos: el fuera de campo se inventó básicamente para esquivar al Código Hays, los cientos de planos y la velocidad de los cortes en la escena de la ducha de Psicosis fueron idea de Hitchcock para no mostar el asesinato en sí (en ningún momento vemos como se clava el cuchillo), el mítico congelado y zoom con el que acaba Los 400 golpes se debió a que Jean-Pierre Léaud no mantuvo la mirada hacia la cámara, el miedo que generaba Tiburón era provocado por la ausencia del monstruo en la pantalla debida a la imposibilidad de simularlo con los efectos especiales de la época...

Así se ha de agradecer esta "bendita" precariedad de Vigalondo y esperar que siga causando obras maestras (no hay que olvidar que Código 7 costó dos duros y Los cronocrímenes tuvo un exiguo presupuesto). En el caso de Extraterrestre, su minúscula inversión hace que se desarrolle casi íntegramente en el mismo apartamento y sin apenas efectos especiales. Veremos como resuelve el desafío: no me cabe ninguna duda de que caerá de pie tras este salto mortal.

Para finalizar, os dejo las sabias palabras (e imágenes) de Vigalondo en su corto Ciencia-ficción barata para promocionar el Concurso de Cortometrajes Agua y Desarrollo Sostenible:


21 de marzo de 2012

Semana extraterrestre (I): He visto otro mundo

Con motivo del estreno de la última película del gran Nacho Vigalondo, Extraterrestre, este blog se ha propuesto hacer un especial sobre el cine del de Cabezón de la Sal empezando con sus principales influencias.

El director de Los cronocrímenes ya ha hecho un estupendo y muy personal top con sus 5 marcianadas favoritas. Todas son harto recomendables, pero me gustaría hacer una mención especial a Platillos volantes, una magnífica película bastante desconocida. En ella, el también minusvalorado Óscar Aibar trasciende los límites de la ciencia ficción y nos entrega una cinta de una melancolía y una profundidad insospechada (e insondable).

Platillos volantes es algo así como la respuesta cínica y nihilista a 2001. Una odisea en el espacio: aquí también se busca esa inteligencia extraterrestre que otorgue sentido en medio del mundanal caos, pero lo único que se encuentra son palizas y mentiras.

Quizá, la locura de los protagonistas sea  la única respuesta cuerda al mundo en el que viven.  Quizá la única salida a sus tristes existencias, a los estúpidos conflictos globales y a la gris España del tardofranquismo sea la enajenación: unos intentan ser abducidos por ovnis, otros rezan sus dioses, otros vemos películas...

Toda la historia (y el final en especial) me recordó en cierto sentido a La delgada línea roja. En la película de Aibar, los protagonistas viven en medio de noticias sobre la inminencia de la guerra nuclear y el fin del mundo; en la de Malick, el soldado Witt está inmerso en una de las más encarnizadas batallas de la Segunda Guerra Mundial. En ambos casos, su reino no es de este mundo: unos se escapan con fantasías sobre inteligencia extraterrestre, otros con tribus melanesias. Como dice Witt, "he visto otro mundo; a veces pienso que fue solo mi imaginación."

Personalmente, creo que este mundo está más cerca de lo que parece, y prefiero el optimismo y la esperanza de Malick a la amargura y el dramatismo de Aibar.

En cualquier caso, la ciencia-ficción (y el cine de extraterrestres en particular) es un de los grandes géneros de escapismo. No hay más que ver a Elliot olvidar su ausencia paterna con la llegada de E.T. o a Sheldon soñar con ser acogido por Spock y teletransportado a otro universo en la desternillante The Big Bang Theory.

Vigalondo, enamorado de la sci-fi, lo sabe muy bien, y así lo demuestra en su brillante corto Código 7, obra maestra absoluta. Conviertiendo en ventaja falta de presupuesto para jugar con el lenguaje cinematográfico y la puesta en escena, el cántabro formula dilemas sobre la autenticidad de la realidad, la imaginación y el simulacro en un complejísimo entramado de tres niveles.


Al final, Nacho y Malick llegan a la misma conclusión: la única forma de evitar el aburriminento y la miseria es tener una nueva mirada, ver las cosas desde la fascinación, ya seas un chaval de Cantabria que ve Alien y Psicosis con el corazón en un puño a la par que devora tebeos de Batman ojiplático o un niño de Texas que mira boquiabierto a su alrededor, a las flores, a las mariposas, a la hierba... En palabras del maestro Schopenhauer: "Para tener ideas originales, extraordinarias y quizá hasta inmortales, basta quedar extraño completamente al mundo y a las cosas por un momento."  

13 de marzo de 2012

At Least It Was Here


Pasado mañana vuelve a nuestros televisores la tercera temporada de Community. Tras haber mirado de frente el temido abismo de la cancelación, la pandilla creada por Dan Harmon se mantiene en pie y regresa con ganas de seguir dando guerra por lo menos hasta cerrar la temporada. Negras nubes se ciernen sobre su posterior continuidad, pero, maldita sea, lo mismo se decía hace unos meses cuando la serie fue congelada por NBC y aquí estamos: con más ganas que nunca de disfrutar de los chicos de Greendale.

Community está condenada a luchar permanentemente contra la amenaza de la desaparición. Es una serie incomprendida e injustamente despreciada por una audiencia acostumbrada a las facilonas sitcoms de siempre. Su originalidad, su atrevimiento y su trabajada puesta en escena son tales que impiden que sea catalogada en esta categoría: Community es mucho más.


Empezó como la clásica comedia universitaria pero ya con un desternillante giro de tuerca en su planteamiento: se trata de una Community College (de ahí el título), que no tiene un equivalente en el sistema español, pero sería algo así como una universidad a la que asisten todo tipo de desnortados individuos (ancianos en busca de matar el tiempo, abogados para revalidar un título que se ha desvelado  fraudulento, cuarentonas que buscan hacer algo de provecho...).

Hasta ese momento, pese a sus peculiares tramas y su desarrollado estilo visual, todo entraba en el prototipo de sit com, una de las mejores que servidor había paladeado, eso sí. Dominaba a la perfección todos los registros cómicos: el gag físico, el diálogo ágil, la comedia bufa, el humor absurdo, el chiste fácil, la parodia, el poshumor... Nunca he visto una serie capaz de combinar tantos y tan variopintos tipos de humor con tanta naturalidad y tanto ritmo. Community es capaz de hacerte estallar en carcajadas tanto mediante un chiste de mariquitas como a través de parodiar El club de los poetas muertos (y la exaltación vitalista de Walt Whitman mal entendida).

Poco a poco, Community fue elaborando un lenguaje (y un humor) propio, metalingüístico y autorreferecial. Los episodios se llenaron de un tropel de alusiones cinematográficas, seriéfilas y de otros artes. Cada capítulo estaba punteado por un guiño que el espectador con poco bagaje no era capaz de percibir (mucho menos de aplaudir): Ghost (Beginner Pottery), las buddy cop movies (The Science of Illusion)... 

Las referencias cada vez cogían más peso en los capítulos, hasta el punto de condicionar su temática entera. Así, el vigésimo primer capítulo se desarrollaba de forma idéntica a la intro de Goodfellas en la que en  los protagonistas establecían una "mafia" en torno al reparto de los alimentos del comedor de la universidad: una genialidad.


Fue finalmente con el episodio 23, Modern Warfare, cuando la serie trasgredió todos los supuestos límites y se zambulló en un océano de locura y espíritu dionisíaco con posibilidades infinitas que a partir de ese momento no ha dejado de explorar. En el capítulo en cuestión, el espectador se quedaba tan atónito como uno de los personajes, Jeff,  que al despertar de una breve siesta se encuentra con que la universidad se ha convertido en un enorme campo de batalla de... ¡paintball! Lejos de quedarse en un gag, todo el episodio gira en torno a la partida, siendo su surrealismo únicamente superado por su comicidad. Sus poco más de 20 minutos de duración se erigían por sí mismos como una obra maestra: una pieza de orfebrería capaz de destacar por encima del conjunto serial.


A partir de ese momento, Community había encontrado en el exceso su camino a seguir: episodios que apenas siguieran las leyes de la continuidad teleserial y que desarrollaran cada uno una temática distinta. Pronto se sucedieron más capítulos de esta guisa. Alberto Nahum, catedrático, bloguero y sobre todo seriéfilo ya hizo una lista bastante completa aquí (contiene SPOILERS).

Lamentablemente, no está hecha la miel para boca del burro, y en el negocio de la televisión éstos tiene mucho poder. A medida que la serie continuaba ampliando sus fronteras narrativas, el público comenzó a darle la espalda.  Poco antes de llegar al meridiano de la tercera temporada y mientras la serie seguía reinventándose por imposible que pareciera alcanzando cotas de grandeza como las de, por ejemplo, el imprescindible Documentary Filmmaking: Redux, la NBC detuvo su emisión. Los rumores de cancelación corrieron como la pólvora, pero su incondicional fandom consiguió que la tercera temporada regresara. 

Como ya he dicho, el futuro de la serie es más incierto. Tal vez, e irónicamente, solo nos quede consuelo en las palabras del Profesor Whitman: "(Go to the nurse!) Seize the day!" No sabemos cuánto más durará Community, cuándo será el último "gaaay" de Chang, la última crueldad de Pierce,  el último embuste pícaro de Jeff, la última cursilada de Annie, la última digresión friki de Abed, la última bobada de Troy, la última protesta revolucionaria de Britta, la última reconciliación de Shirley, el último disfraz del decano o el último "pop, pop" de Magnitude. Lo único que podemos hacer es disfrutar de lo que sabemos que queda seguro y así decir que al menos estuvimos allí y lo vimos en directo reconociendo la joya que es, como estoy seguro de que se hará en un futuro. ¡Carpe diem y nos vemos en Greendale!

 

1 de marzo de 2012

Nostalgia y futuro


Cuenta la leyenda (término con  el que se ha pasado a camuflar la estrategia de marketing) que el éxito de Coca-Cola radica en su misteriosa fórmula desconocida por todos sus competidores, que intentan incesantemente repetir ese logro a base de mezclar ingredientes similares pero con estéril resultado, pues no dan con el componente secreto necesario y sin el cual la fórmula carece de sentido. De la misma manera, "The Artist" intentar revivir la majestuosidad del cine mudo imitando sus constantes (silencio, fotografía clásica y en blanco y negro, omnipresencia de la música...) pero obvia el elemento más importante que elevó a todas esas cintas (y, en definitiva, a cualquier película) a la categoría de obras de arte: el alma. 


Bajo su atrevida apuesta formal, la flamante ganadora del Óscar oculta el vacío. No me refiero únicamente a su endeble argumento (simplón hasta más no poder), sino a su propósito: es una obra que no aporta nada nuevo. Ni siquiera funciona como ejercicio de estilo, ya que apenas revoluciona o juega con los elementos de este tipo de cine, a excepción de la escena del sueño de Jean Dujardin, probablemente la mejor del metraje, en la cual su personaje se ve inmerso en una pesadilla en la que él es el único incapaz de generar sonidos. Si la película hubiese optado por profundizar en esa vertiente metacinematográfica sí que estaríamos hablando de una propuesta original y valiente, digna de toda la admiración profesada; desgraciadamente, ha elegido el camino fácil: una insistencia machacona en la caída a los infiernos de una vieja gloria del cine mudo (tramas ya tratadas con buen hacer en las, estas sí magníficas,  Sunset Boulevard y Singin' in the Rain) y una artificiosa historia de amor a la que acusar de tópica es quedarse corto.

Aunque parezca lo contario, "The Artist" es una película fría y calculada, un fraude diseñado con astucia para atrapar al espectador poco curtido creándole un falso sentimiento de nostalgia cinematográfica inexistente. Filmoteca Española ha programado un ciclo "Fritz Lang (1919-1929)" para este próximo mes de marzo: a ver cuántos fans de "The Artist" pasan por allí.

Aquellos  que quieran una buena película muda, que revisen a los grandes maestros : Chaplin, Buster Keaton, Murnau, Eisenstein, Fritz Lang, Victor Sjöström, von Stroheim, D. W. Griffith, King Vidor...

Aquellos que quieran ver una auténtica declaración de amor al cine y una oda al lenguaje cinematográfico, que acudan al cine a ver "Hugo" (y, si puede ser, en 3D). 

Hay pocos directores tan cinéfilos como Scorsese, sus documentales y sus ayudas a la filmoteca así lo acreditan, pero es su último trabajo el que lo revela como un romántico perdidamente enamorado del séptimo arte. Rodada estereoscópicamente y con unos efectos especiales y una ambientación que quitan el hipo, la película basada en el excelente libro infantil La invención de Hugo de Brian Selznick (narrado mediante texto y dibujos) asume la estrecha relación entre el cine y la magia y emplea las más modernas técnicas para seguir sorprendiendo al público expandiendo los horizontes del sentido del espectáculo y así crear nuevas ilusiones. 

"Hugo" sí es un sentido homenaje al cine, al arte y a la magia que en vez de mirar al pasado decide contribuir para crear el futuro renovando un medio caracterizado por sus infinitas posibilidades y su constante cambio pero siempre con respeto hacia  las bases establecidas por los Lumière y por Méliès y siguiendo sus propósitos: fabricar sueños.