Pasado mañana vuelve a nuestros televisores la tercera temporada de Community. Tras haber mirado de frente el temido abismo de la cancelación, la pandilla creada por Dan Harmon se mantiene en pie y regresa con ganas de seguir dando guerra por lo menos hasta cerrar la temporada. Negras nubes se ciernen sobre su posterior continuidad, pero, maldita sea, lo mismo se decía hace unos meses cuando la serie fue congelada por NBC y aquí estamos: con más ganas que nunca de disfrutar de los chicos de Greendale.
Community está condenada a luchar permanentemente contra la amenaza de la desaparición. Es una serie incomprendida e injustamente despreciada por una audiencia acostumbrada a las facilonas sitcoms de siempre. Su originalidad, su atrevimiento y su trabajada puesta en escena son tales que impiden que sea catalogada en esta categoría: Community es mucho más.
Empezó como la clásica comedia universitaria pero ya con un desternillante giro de tuerca en su planteamiento: se trata de una Community College (de ahí el título), que no tiene un equivalente en el sistema español, pero sería algo así como una universidad a la que asisten todo tipo de desnortados individuos (ancianos en busca de matar el tiempo, abogados para revalidar un título que se ha desvelado fraudulento, cuarentonas que buscan hacer algo de provecho...).
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Poco a poco, Community fue elaborando un lenguaje (y un humor) propio, metalingüístico y autorreferecial. Los episodios se llenaron de un tropel de alusiones cinematográficas, seriéfilas y de otros artes. Cada capítulo estaba punteado por un guiño que el espectador con poco bagaje no era capaz de percibir (mucho menos de aplaudir): Ghost (Beginner Pottery), las buddy cop movies (The Science of Illusion)...
Las referencias cada vez cogían más peso en los capítulos, hasta el punto de condicionar su temática entera. Así, el vigésimo primer capítulo se desarrollaba de forma idéntica a la intro de Goodfellas en la que en los protagonistas establecían una "mafia" en torno al reparto de los alimentos del comedor de la universidad: una genialidad.
Fue finalmente con el episodio 23, Modern Warfare, cuando la serie trasgredió todos los supuestos límites y se zambulló en un océano de locura y espíritu dionisíaco con posibilidades infinitas que a partir de ese momento no ha dejado de explorar. En el capítulo en cuestión, el espectador se quedaba tan atónito como uno de los personajes, Jeff, que al despertar de una breve siesta se encuentra con que la universidad se ha convertido en un enorme campo de batalla de... ¡paintball! Lejos de quedarse en un gag, todo el episodio gira en torno a la partida, siendo su surrealismo únicamente superado por su comicidad. Sus poco más de 20 minutos de duración se erigían por sí mismos como una obra maestra: una pieza de orfebrería capaz de destacar por encima del conjunto serial.
A partir de ese momento, Community había encontrado en el exceso su camino a seguir: episodios que apenas siguieran las leyes de la continuidad teleserial y que desarrollaran cada uno una temática distinta. Pronto se sucedieron más capítulos de esta guisa. Alberto Nahum, catedrático, bloguero y sobre todo seriéfilo ya hizo una lista bastante completa aquí (contiene SPOILERS).
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Como ya he dicho, el futuro de la serie es más incierto. Tal vez, e irónicamente, solo nos quede consuelo en las palabras del Profesor Whitman: "(Go to the nurse!) Seize the day!" No sabemos cuánto más durará Community, cuándo será el último "gaaay" de Chang, la última crueldad de Pierce, el último embuste pícaro de Jeff, la última cursilada de Annie, la última digresión friki de Abed, la última bobada de Troy, la última protesta revolucionaria de Britta, la última reconciliación de Shirley, el último disfraz del decano o el último "pop, pop" de Magnitude. Lo único que podemos hacer es disfrutar de lo que sabemos que queda seguro y así decir que al menos estuvimos allí y lo vimos en directo reconociendo la joya que es, como estoy seguro de que se hará en un futuro. ¡Carpe diem y nos vemos en Greendale!
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